24h Cataluña.

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"Voces desde Wad Ras: 'Los hombres llegan solos, las mujeres llevan el peso familiar'"

En el módulo de madres del centro penitenciario de mujeres de Barcelona, conocido como Wad Ras, una sensación de culpa acompaña a las reclusas. “La niña se está comiendo una condena porque está conmigo”, dice una madre que enfrenta la difícil realidad de su encarcelamiento y sus responsabilidades parentales.

Actualmente, este centro alberga a 120 mujeres de múltiples orígenes y culturas, pero todas comparten una inquietud común: “Los hombres ingresan a la cárcel solos, mientras que las mujeres lo hacen llevando consigo las cargas familiares”, reflexiona Aina, coordinadora de los servicios médicos del penal. Ella destaca la diferencia en las necesidades y preocupaciones que manifiestan las reclusas, muchas de las cuales giran en torno a sus hijos, quienes son sus principales preocupaciones.

En el caso de las mujeres en el módulo de madres, la carga emocional se intensifica debido a la culpa que sienten por no poder ofrecer a sus hijos pequeñas experiencias cotidianas. “Le estás quitando del paseo matinal. Tú te vas por la mañana, te la pones en el carro y te vas a pasear. Yo le he quitado esa vivencia a mi hija”, comparte Ana, de 40 años y madre de seis. Esta madre, quien ha enfrentado múltiples condenas desde 2006, actualmente cumple una pena de tres años con su recién nacida de tres meses en un entorno que, aunque restrictivo, le permite experiencias que no había tenido con sus otros hijos.

Ana ingresó al penal cuando estaba embarazada de 26 semanas y confiesa que esta es la primera vez que está en el módulo de madres, un lugar que describe como más acogedor: “Aquí no hay puertas de hierro, no estoy encerrada”. Sin embargo, su mayor lucha es el vínculo que ha formado con su nueva hija, lo que la lleva a decir: “Siento que lo que le estoy dando a mi hija no se lo he dado a mis otros hijos. Ella se está comiendo una condena por algo que no ha hecho al estar conmigo”.

A pesar de esta mezcla de emociones, Ana también encuentra fuerza en su situación. “Como madre sientes que le estás quitando muchas cosas, pero al mismo tiempo me da fuerzas para estar aquí”, explica. La reclusa reflexiona sobre su condena actual de tres años, con dos años y dos meses aún por cumplir, pero la incertidumbre de un próximo juicio que podría aumentar su pena le genera angustia. “Cuando mi hija tenga tres años, va a ser duro para ella irse con la familia, que apenas roza, y yo voy a quedarme sin mi hija”, confiesa, visiblemente afectada por el futuro incierto que se avecina.

El rol de los profesionales del centro es crucial para ayudar a las internas a manejar sus miedos y preocupaciones. Trini, colaboradora de la cooperativa Tata Inti, señala que se trabaja la “contención emocional” con las reclusas, quienes a menudo experimentan altibajos psicológicos comprensibles por las circunstancias que enfrentan. “Cuando reciben una mala noticia, necesitan hablarla”, añade, explicando que a veces las madres necesitan dejar a sus hijos temporalmente para recibir apoyo emocional.

La coordinadora de los servicios médicos, por su parte, informa que el centro recibe visitas de un equipo de profesionales de la salud mental y que se está desarrollando un plan para estandarizar la atención a estas madres, que requieren un apoyo adaptado a sus situaciones únicas. Anna, una educadora, explica que las internas y sus bebés tienen acceso a atención médica constante, además de orientación en temas de maternidad, como la lactancia.

A pesar de las limitaciones del antiguo centro, la convivencia en el módulo de madres se vuelve una oportunidad para el crecimiento personal y las interacciones. Las mujeres provienen de diversas realidades: algunas llegaron directamente desde el hospital posparto, otras fueron detenidas al final del embarazo, y algunas ya eran madres de pequeños que ingresaron con ellas a prisión.

Los bebés pueden permanecer con sus madres desde el nacimiento hasta los seis meses, cuando pueden empezar a acudir a una guardería cercana. Las madres participan en talleres y programas mientras sus hijos están fuera, y el vínculo se refuerza a través de actividades conjuntas organizadas por el personal del centro y colaboradores como Tata Inti.

Aunque la educación no es obligatoria hasta los seis años, Anna insiste en que “estar encerrado en un sitio hasta los tres años no es bueno para ningún niño”. Es por ello que se fomenta la asistencia regular a la escuela, asegurando así una adecuada socialización. La directora de la escuela infantil Cobi destaca que se mantiene una comunicación cercana con las madres y que se llevan a cabo reuniones periódicas para abordar cualquier inquietud.

El ambiente en el centro ha mejorado con el paso del tiempo, y mientras antes una oferta de plazas para los hijos de reclusas provocaba reacciones negativas, hoy se considera algo normal y aceptado. “Ahora ya no, porque la gente ya lo sabe, está normalizado, está integrado, son una madre más”, destaca la directora de la escuela.

Los profesionales insisten en que su objetivo es facilitar que las madres salgan de prisión con sus hijos. “El día antes de que cumplan tres años tienen que salir, pero pocas veces llegan, porque no son condenas muy largas”, añade Anna, quien revela que muchas de estas mujeres llegan al penal ya habiendo cumplido parte de su condena o ingresan cuando sus hijos son pequeños.

Cada domingo, los niños del módulo de madres son recibidos por un equipo de profesionales que se asegura de que la experiencia sea lo más positiva posible. “Para ellos, esto no es un centro penitenciario, es su casa. Si el vínculo con la madre es positivo y bueno, los niños vendrán encantados”, concluyen, resaltando la importancia de mantener la conexión entre madres e hijos en un entorno tan complejo.